Más allá de la cruz: el lenguaje del evangelio para todas las naciones
- Yonathan Lara
- 27 ago
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En los últimos años, ha crecido entre algunos creyentes la costumbre de usar sistemáticamente palabras hebreas para referirse a Dios y a Cristo: Yahweh en lugar de “Señor”, Yeshúa en lugar de “Jesús”, Mashíaj en lugar de “Mesías” o “Cristo”. La intención, en la mayoría de los casos, es honrar las raíces bíblicas de nuestra fe. Sin embargo, cuando examinamos la Escritura a la luz del Nuevo Pacto, encontramos que esta práctica —si se impone o se presenta como “más correcta”— no está alineada con la enseñanza apostólica después de la cruz.
Veamos por qué.
1. El cambio de pacto y la universalidad del evangelio
Con la muerte y resurrección de Cristo, entramos en un Nuevo Pacto (Hebreos 8:6–13). Este pacto no es una continuación lingüística o cultural del antiguo, sino una nueva administración en la que “lo viejo ha pasado” (2 Corintios 5:17).
Es revelador que Dios inspirara que los escritos apostólicos no se registraran en hebreo, sino en griego koiné, el idioma común de todo el Imperio Romano. No fue una casualidad: el evangelio nació con vocación universal. El mensaje debía viajar más allá de Israel y resonar en toda nación, tribu y lengua.
El nombre de Jesús en griego (Iēsous Christos) es la forma que el Espíritu Santo preservó en el Nuevo Testamento. Esto muestra que la autoridad y el poder no están en la fonética original hebrea, sino en la Persona misma, proclamada en el idioma que la audiencia pueda entender.
2. La enseñanza apostólica: Cristo por encima de los códigos culturales
El apóstol Pablo lo expresa con contundencia: “En Cristo Jesús ni la circuncisión vale nada, ni la incircuncisión, sino una nueva creación” (Gálatas 6:15). En otras palabras, la identidad del creyente no depende de preservar elementos externos del pacto anterior.
En el Concilio de Jerusalén (Hechos 15), los apóstoles decidieron que los gentiles no debían cargar con las costumbres culturales judías para conocer a Cristo. Esto incluye el idioma: nadie exigió que los creyentes gentiles oraran o proclamaran en hebreo para ser más “auténticos” o “puros”.
Volver a imponer —o insinuar— que hay una forma más correcta de pronunciar el nombre de Jesús en hebreo es, aunque sutilmente, retroceder hacia una forma de judaizar que el evangelio vino a superar.
3. El riesgo pastoral: barreras y elitismo espiritual
El uso insistente de palabras hebreas en contextos donde no son comprendidas puede generar dos problemas:
• Confusión: Los nuevos creyentes pueden sentir que para acercarse a Dios deben aprender un “código especial” o dominar un vocabulario ajeno a su lengua materna, lo que distrae del núcleo del evangelio.
• Elitismo espiritual: Sin querer, puede transmitirse la idea de que quienes usan términos hebreos están en un nivel espiritual “más profundo” que quienes no lo hacen, alimentando divisiones innecesarias.
El evangelio derriba muros, no los levanta. La misión de la Iglesia no es hebraizar a las naciones, sino traducir a Cristo a la lengua y cultura de cada pueblo, sin adulterar el mensaje pero asegurando que sea comprendido y recibido.
4. El principio del odre nuevo
Jesús mismo advirtió: “Ni echan vino nuevo en odres viejos” (Mateo 9:17). El odre viejo es el sistema del antiguo pacto con sus formas, rituales y códigos culturales ligados a Israel como nación. El odre nuevo es el pueblo de Dios nacido de arriba, que vive bajo la gracia del Nuevo Pacto y lleva el vino del evangelio a todas las naciones en un recipiente adecuado para cada una.
Seguir insistiendo en preservar la fonética hebrea como si fuera indispensable para la fe no es poner el vino nuevo en odres nuevos, sino tratar de verterlo en odres que ya cumplieron su función en otra etapa del plan divino.
5. Respaldo bíblico para este principio
El evangelio en la lengua de cada pueblo
• “Cada uno los oía hablar en su propia lengua” (Hechos 2:6–11).
En Pentecostés, el Espíritu Santo no hizo que todos hablasen hebreo, sino que tradujo el mensaje al idioma del oyente.
Los escritos del Nuevo Pacto en griego común
• Todo el Nuevo Testamento se escribió en griego koiné, no en hebreo, mostrando la intención de Dios de comunicar el evangelio en la lengua franca del mundo conocido.
No imponer códigos culturales o étnicos
• “No se turben… con palabras, diciendo que es necesario circuncidarse y guardar la ley” (Hechos 15:24).
Aunque este texto habla de la ley y la circuncisión, el principio es el mismo: no imponer elementos del antiguo pacto como requisito espiritual.
El valor está en la nueva creación, no en la forma externa
• “Ni la circuncisión vale nada ni la incircuncisión, sino la nueva creación”(Gálatas 6:15).
Así como la identidad no depende de un rito, tampoco depende de conservar una fonética original para los nombres divinos.
Toda lengua proclamará a Cristo
• “Para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla… y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor” (Filipenses 2:9–11).
No dice “toda lengua pronuncie en hebreo”, sino toda lengua confiese, es decir, declare con entendimiento y fe.
El odre nuevo para el vino nuevo
• “Ni echan vino nuevo en odres viejos…” (Mateo 9:17).
El Nuevo Pacto requiere formas que sirvan al propósito presente, no moldes culturales de una administración pasada.
Conclusión: Lo esencial no es cómo lo pronuncias, sino a Quién proclamas
El poder del nombre de Jesús no está en decir Yeshúa o Iēsous, sino en conocer y proclamar a la Persona que ese nombre representa: el Hijo de Dios, Señor y Salvador de todos.
Después de la cruz, toda lengua —no solo el hebreo— está llamada a confesar que “Jesucristo es el Señor” (Filipenses 2:9–11). Eso es lo que glorifica al Padre y cumple la misión.
Cristo no vino para ser monopolio de una cultura, sino para ser la Vida de toda nación. Y esa vida debe ser proclamada en el idioma en que el corazón la pueda entender.

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